G.I. GURDJIEFF – Entre el Chamanismo y el Tantrismo (V)
Gurdjieff es uno de los hombres que han levantado más controversias apasionadas. Se le han atribuido todas las bajezas, todos los cinismos, todos los poderes. Esta reputación estrepitosa tiene unas causas muy concretas. G.I.G. conocía la amplitud y el alcance de su ascendiente sobre los demás. Cuando se daba cuenta de que alguno de sus alumnos, demasiado subyugado por su personalidad, corría el peligro de perder su propia integridad, su libertad profunda, Gurdjieff no vacilaba en expulsarle. Por otra parte, definiéndose a sí mismo como un “profesor de despertar”, se esforzaba en provocar ese despertar por cualquier medio, incluyendo los shocks emotivos más violentos. Por último, la fachada social, su reputación, la opinión que los demás tenían de él era lo que menos le importaba. Su pintoresquismo bárbaro, su truculencia, eran técnicas de iniciación, más que rasgos de su carácter – lo que no resta nada a su fuerza vital realmente prodigiosa. Su acento exageradamente caucasiano y su hablar voluntariamente lleno de faltas – y sobre todo de groserías (“¡Vosotros – decía, por ejemplo – ser mierrdosos!”) – no era más que un medio de crear una tensión generadora de dinamismo interior. Podía expresarse perfectamente de un modo normal.

Por supuesto, algunos de sus antiguos alumnos, sin duda los más impresionables y menos lúcidos, se fijaron sólo en las apariencias más superficiales de su comportamiento, y le atribuyeron, a menudo de buena fe, toda suerte de abominaciones. Pero hemos de insistir también en el hecho de que Gurdjieff aspiraba a un desarrollo integral del individuo y de todas sus facultades, englobando entre otras cosas al sexo y al conjunto de necesidades carnales. Esta escuela está muy cerca de las tradiciones chamánicas y tántricas más puras.
He aquí, sobre la vida íntima de G.I.G., el testimonio de Fritz Peters, un muchacho a quien el maestro había destinado a su servicio personal: “Gurdjieff (..) vivia como un animal (…); el desorden era a menudo tan enorme que muchas veces llegué a pensar que perseguía con ello algún fin (…); corría por entonces el rumor de que un buen número de personas venían a su habitación para algo más que para tomar café o coñac. El estado normal de esas piezas (su habitación y el baño), después de una noche, indicaba que allí se habían expresado casi todas las actividades humanas durante la noche anterior. Sin la menor duda, se había vivido en aquella habitación, en el pleno sentido de la palabra…”

El alma oriental en el arte de las alfombras.
Hasta 1933, la existencia de Gurdjieff prosigue a ritmo cada vez más frenético y estruendoso: París, Londres, Nueva York, y de nuevo al priorato. Bebe y devora como un ogro, habla durante horas, apostrofa e insulta a todo el mundo, baila, compone, medita y hace el amor. Todo en él es enorme, desmesurado. Sus discípulos a menudo se ofuscan y otras veces se enfurecen. No comprenden, aunque pocos son los que le abandonan. Se comienza a hablar de magia negra y de orgía. G.I.G. responde con invectivas, o estalla en una carcajada. Preguntándoles a los recién llegados el saldo que arroja su cuenta corriente, les dice: ¿Queréis salvar vuestra alma, y no estáis siquiera dispuestos a sacar vuestra cartera!”
Una simple mirada suya basta para desencadenar el orgasmo en mujeres desconocidas, vecinas de mesa en el restaurante o el café (hay numerosos testimonios que confirman este hecho).

El matrimonio Thomas y Olga de Hartmann
En 1929, se pelea con los Hartmann – que continuarán considerándole como su maestro. ¿Tal vez les protege contra su propio ascendiente?

Gurdjieff en Fontainebleu
En 1933, vende el priorato: le faltan “verdaderos hombres”, dice, y prefiere disolverlo todo… A fines del mismo año, vuelve a los Estados Unidos, donde crea nuevos grupos.
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